22 de agosto de 2010

Diario comilón de un viaje por los Estados Unidos: I. Boston

¡Ya estamos de vuelta! La pareja cebolleta, a.k.a mi chico y yo, ya hemos vuelto de las que sin duda son hasta ahora (y con permiso del viaje a mi tierra del año pasado, te echo de menos Cuba!) las mejores vacaciones de la historia de la humanidad. 15 días maravillosos recorriendo parte de los United States of America en un Ford Focus que alquilamos con la empresa 1Dollar; una experiencia completamente diferente a lo que estamos acostumbrados y con la que hemos recuperado el sentido antiguo del verbo viajar. Nada de montarte en un avión y aparecer, por ejemplo, en Kuala-Lumpur. No, no, no. A hacer kilómetros como locos. En total, unos 4000 km en buga. ¡Ay, qué grandes momentos hemos vivido! ¡Qué cosas tan especiales y maravillosas hemos visto! ¡Qué sensación de ser Livingstone y Stanley descubriendo nuevos mundos!

Podría pasarme horas hablando del viaje y comentando las 400 fotos que hemos hecho pero como esto es un blog de cocina he pensado que mejor os ahorro los comentarios místicos sobre lo que una siente al asomarse al borde del Cañón del Colorado y paso directamente al paladar: diario comilón de un viaje por los USA.

Pero antes, empecemos por el principio, nuestro itinerario. El viaje se ha centrado en la costa oeste. Hemos estado en California, en Las Vegas, en Arizona (Baby), en Utah y por último en Colorado. 


Sin embargo, la primera parada la hicimos en la otra punta del país, en la costa este: Boston, en el estado de Massachusetts. Fue sólo una parada técnica pero pensamos que era un buen sitio para pisar tierra americana. Y la verdad, no nos defraudó. 

Boston es una ciudad con un aire muy europeo, tiene su centro, su gran parque, su zona histórica, su universidad (Harvard) y sus casitas de estilo victoriano. Aquí llegaron los primeros pobladores ingleses, en el famoso barco Mayflower, en 1620 y eso se nota al pasear por sus calles. Es la única ciudad, de las que hemos visitado, en la que hemos tenido sensación de ciudad con raíces, con al menos, unos cuantos siglos de historia a sus espaldas. Allí se gestó el movimiento patriota (que abogaba por la independencia respecto a la corona de Inglaterra) y en su puerto fue donde se produjo la famosa revolución de té (que estudiábamos en el cole).

Allí nos comimos nuestra primera hamburguesa y no fue en un sitio cualquiera, fue en el mismísimo pub de Cheers, aquel que salía en esa serie americana que tanto le gustaba a mi hermano Luis a finales de los 80 con Ted Danson y Shelley Long. Parece que los creadores de la serie se inspiraron en este pub para crear los decorados de la serie y para recrear el ambiente que se vive en los muchos bares de barrio que hay repartidos por Boston. El nombre del pub original era Bull & Finch Pub, que significa algo así como el pub del toro y el pájaro pinzón, y es cierto que está allí desde 1895 pero con el éxito de la serie decidieron cambiarle el nombre y convertirlo en una especie de parque de atracciones de la serie, ampliando la zona de comedor con una planta superior e instalando una tienda de souvenirs.

A pesar de ser súper turístico nos habían recomendado almorzar allí así que allí nos comimos nuestra primera hamburguesa del viaje. Increíble. Jugosa. Hermosa. Sabrosa. Lo tenía todo. Y esas patatas fritas por dios, esas french fries que tanto gustan a los yankis, qué maravilla de freiduría mon dieu. Entre lo buena que estaba y el hambre con el que llegamos se nos olvidó hacer foto del plato, pero creedme, la mejor hamburguesa que hemos comido en estos 15 días, y nos hemos comido unas cuantas así que es un sitio que recomiendo fervientemente porque además no puede tener mejor localización: en medio mitad del barrio Beacon Hill (parada imprescindible), junto al Common Park (parada imprescindible). Si visitáis Boston, sí o sí vais a pasar por Cheers, así que hacedme caso y entrad a comer una hamburguesita. Mi hombre quiso hacerse una foto (posthamburguesa) en sus famosas escaleras exteriores.



La siguiente parada gastronómica bostiniana fue la Union Oyster House, el que según dicen es el restaurante más antiguo de los Estados Unidos y que fue fundado en 1826.

Es una especie de tasca de pescadores y allí lo que se come es centollo, ostras, calamares, gambas, cigalas y... langosta! Tenemos un bicho ganador. Langosta americana. Habíamos oído hablar de ella pero jamás la habíamos catado, y oh, bien sabe el Señor, que no nos arrepentimos. La puedes pedir preparada de diferentes formas y nosotros elegimos la Scampi, esto es: espaguetis regados con salsa de mantequilla (oooooohhhhh), tomatitos cherry, cola de langosta troceada, cabeza y patas. He leído después que es un plato típico de la cocina de Nueva Inglaterra, una zona geográfica formada por los estados de Connecticut, Massachusetts, New Hampshire y Rhode Island y que es adonde llegaron los primeros colonos ingleses, por lo que es una gastronomía que mezcla las bases de la cocina británica (qué contradicción, gastronomía y británica!) con los productos e ingredientes americanos. Lo mejor de todo, además de lo buena que está la langosta, es que te dan un babero de esos que salen en los Simpsons para que no te manches.

¡¡¡Siiiiiiiií, me comí a tenacitas!!!



Cuando nos marchamos, dejamos tras nosotros un rastro de muerte y destrucción. 


Eso sí, si hubiésemos podido habríamos vuelto cada día hasta terminar de catar la carta entera. ¡Madre mía! Me lo comía todo. Aún recuerdo el sabor de ese pan de maíz que nos sirvieron antes de empezar a comer con una tarrina de deliciosa mantequilla (con sal, en los USA la mantequilla suele ser con sal en el 90% de las ocasiones, a no ser que especifiques que la quieres sin sal).Además, sin ser un sitio barato, no nos pareció nada caro, accesible para todos los bolsillos, más aún si tenemos en cuenta la raciones tan hermosas que sirven en este país: pides para uno y comen dos.

Además, independientemente de que vayamos a comer allí o no, merece la pena visitarlo. La casa es la original y se pueden ver fotos de las diferentes ampliaciones que ha sufrido, nada que haya dañado el espíritu patriótico que tiene. Estando dentro es fácil cerrar los ojos e imaginarse a uno de los padres de la patria americana (o semejante) zampando una langosta y bebiendo cerveza en jarra. Una vez más, techos bajos, madera oscura y el aire acondicionado a tope (en los USA hay que llevar siempre una rebequilla, aunque en la calle estén a 30º). Además de comedor tiene una barra de tasca en la que se pueden comer raciones de mejillones a la Basque, ostras, etc.

Otro día visitamos a la hora del almuerzo el mercado de Faneuil Hall, formado como por dos naves industriales unidas en el centro por una cúpula y que albergue decenas de localitos de comida para llevar. Dicen que está ahí desde 1742.

¿Qué me decís del momento Boy Scout con su banderita y todo que viví a la puerta del Mercado?


Llegamos allí a la una y estaba abarrotado de ejecutivos y ejecutivas a la americana, muy de película, que encargaban su comida china, su ensaladita, su porción de pizza o su sushi para comer sentados en un banco mientras repasaban su email en la blackberry. Una maravilla para la vista, el olfato y el gusto. Nos lo recorrimos de arriba a abajo, abrumados por tanta oferta gastronómica y sin saber muy bien qué elegir. ¿Un bagel con queso Philadelphia y salmón ahumado? ¿Unas costillas? ¿Pasamos de lo salado y nos atiborramos directamente de cupcakes y cookies? Al final pedimos un batido de frutas (Smoothie) que nos costó un riñón y parte de un brazo (la fruta no abunda por estos lares y es muy cara) y un pretzel, esas barritas de pan con forma de lazo que salen en las pelis de Nueva York. Por cierto que el pretzel nos lo vendió un argelino que nos caló como españoles a la primera y que había estado viviendo 3 años en Alicante. Le faltó el tiempo para ensalzar las maravillas de la mezquita de Córdoba, La Alhambra de Granada y el regadío dejado por los árabes a la vez que nos preguntaba qué habíamos dejado nosotros en Sudamérica, empleando un tono que indicaba que no habíamos dejado nada digno de mención. Me dio la sensación de que estaba un poco resentido. Todo muy agradable. 


En la lista de platos por probar nos quedaron las alubias de Boston (Boston Baked Beans), que deben de ser algo así como los judíones de La Granja o los caparrones de Anguiano. Pero entendednos, no creo que agosto sea el mejor mes para meterse entre pecho y espalda un plato de alubias con su grasita de cerdo, su mostaza picante, su azúcar moreno y su sirope de melaza al horno.

En cuento a la lista de sitios por visitar se nos quedaron los restaurantes italianos en la zona del puerto. Por lo visto, según nos contó mi amigo bloguero del mundo del motor, Javier Galilea, la pasta que se come en esa zona es de lo mejorcito que hay en los USA y el ambiente es de lo más italoamericano, con sus mantelitos de cuadros rojos y su velas reutilizadas. Este amigo nos contó que él y su chica se toparon una noche de octube con una verbena italianinni que nada tenía que envidiar a la de cualquier pueblo de España en la Virgen de agosto. Por falta de tiempo, nos lo perdimos pero algún día volveremos a Boston sólo para comer pasta en su puerto.

Boston, una ciudad a la que siempre querremos volver.


El próximo día os cuento qué tal San Francisco.

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