Hace unas semanas un amigo muy amigo al que hacía más de dos años que no veía vino a visitarnos a Segovia. Jimmy fue el inglés al que primero conocí en aquella residencia universitaria de Leeds donde pasé mi año de Erasmus y la secuencia de nuestro primer encuentro sucedió tal que así.
Yo llevaba una semana en Leeds, una semana en la que me había dado cuenta de dos verdades verdaderísimas: 1. Mi inglés del colegio no me serviría para nada. 2. Iba a ser la única estudiante Erasmus de mi año que iba a vivir con otros nueve compañeros ingleses. Nueve. No me había tocado ni un triste alemán, ni un triste malayo que desviase la atención de la española que hablaba ese inglés tan desastroso. Nueve estudiantes que aún no habían llegado.
Una noche, entré por la puerta de casa. Vi que había luz en la cocina por primera vez en siete días. Pasé rápidamente por la cristalera que daba al pasillo y vi, comiendo un sandwich y mirándome con curiosidad, a un inglés de manual: rubio, piel blanquísima, coloretes de borrachillo, cara de vikingo, pinta de hooligan. Me metí en la habitación y durante cinco interminables segundos me obligué mentalmente a abrir la puerta, cruzar el pasillo, entrar en la cocina y saludar a mi compañero de piso. Al final conseguí entrar en la cocina. Me planté de pie frente a él y le dije en un inglés macarrónico:
.- Hola, soy Begoña. Soy española. (lo dije como si fuese excusa suficiente para disculpar mi terrible acento).
- Hola, yo soy Jimmy. ¿Vives aquí?
- Sí, soy Erasmus, pero no me gusta el té, prefiero el café. (!!!!!)
Me echa una mirada a medio camino entra la sorpresa y la indiferencia y me dice: "Ok, a mí tampoco me gusta el té".
Esta fotografía es de aquella época. Jimmy es un osito hooligan.
Y desde entonces somos amigos. A día de hoy, casi seis años después, sigo sin comprender qué se me pasó por la cabeza para soltarle, sin venir a cuento, sin premeditación, sin provocación previa, a mi primer contacto humano con la cultura británica aquellas palabras enigmáticas. "Sí, soy Erasmus, pero no me gusta el té, prefiero el café". ¿Qué me llevó a pensar que lo mejor que podía hacer para caerle bien era ofender uno de los pilares fundamentales de la cultura de aquel hooligan? ¿Existe algo de peor educación que decirle a un inglés al que acabas de conocer que no te gusta el té?
El caso, no sé cómo, es que nos hicimos muy amigos y si al final conseguí largarme de allí, nueve meses después, con un más que buen nivel de inglés fue en un 50% gracias a él. Lo menos que podía hacer cuando recibimos su visita en Segovia era tratarle a papo de rey. Así que, después de invitarle a comer cochinillo en el mejor restaurante de Segovia, el Jose María (casi se cae de la silla cuando se metió en la boca el primer trozo de cochinillo, me dijo, literalmente, que era la cosa más dulce y tierna que había comido en su vida), le hice una cena riquísima muy de verano español, perfecta para una noche de calor. El primer plato es un salmorejo cordobés que se hace en 10 minutos con ingredientes muy de la temporada. El segundo es una ensalada de pimientos que hace mi tía Mari Carmen, sevillana y muy graciosa (no es un tópico, es muy muy muy graciosa) que se casó con mi tío Gonzalo cuando tenía 23 años ("Un infanticio, Begoña, eso fue un infanticidio") y se vino a vivir a La Rioja. También freí unas croquetas que tenía congeladas de mi madre, pero para eso, por ahora, no hay receta.
Salmorejo en 10 minutos:
- Media barra de pan del día anterior (no vale baguette de supermercado ni de gasolinera, pan de verdad)
- 1 kilo de tomates.
- 1 ajo.
- 250 ml de aceite de oliva
- Sal y vinagre al gusto
Acompañamiento: un huevo duro y unos taquitos de jamón.
Ponemos el pan duro a remojo en una fuente con agua fresca hasta que se ablande.
Mientras, ponemos los tomates troceados, el ajo, el aceite, la sal y un chorro de vinagre y batimos bien. Después, escurrimos bien con las manos trozos de pan que vamos añadiendo a la mezcla y batimos cada vez. Así podremos lograr la textura adecuada.
Servimos en plato o cuenco con huevo duro picado, taquitos de jamoncito y un chorro de aceite.
Ensalada de pimientos asados de mi tía Mari Carmen:
- 2 pimientos rojos hermosos por persona.
- Cebolleta fresca
- Un huevo duro por cada dos personas
- Aceite de oliva y sal.
- Opcional: un chorro de vinagre de Módena
Encendemos el horno a 200º. Lavamos los pimientos enteros. Empujamos el rabo hacia dentro y lo sacamos hacia fuera llevándonos la mayoría de las pepitas. Ponemos en la bandeja del horno bien separados y asamos durante unos 45 minutos. Los pimientos se pelan mejor si al sacarlo s del horno se dejan reposar unos minutos tapados así que lo hacemos y después de 10 minutos vamos quitándoles la piel. Hacemos tiras con las manos y los dejamos en una fuente de ensalada.
Partimos la cebolla en juliana y el huevo duro en rodajas. Mezclamos con los pimientos, que habrán soltado un líquidito rojo maravilloso y salamos. Añadimos, si queremos, el chorro de vinagre de Módena. Maravilloso. Lo mejor del mundo.
Lo que me estoy riendo con la historia....quien os veria a los dos; tu nerviosita perdia y el flipando con lo del te...jejejejeje
ResponderEliminarMe encanta la ensalada de piemientos, yo la suelo hacer como tu pero solo con ajos picados y un poco de azucar...Me apunto la idea de la cebolla y el huevo...tiene que estar de muerte!
Besotes!
Joder, Begoña, me encanta la frase de presentación. De los mejor que he leído últimamente. Con tu permiso, cualquier día te la copio (te citaré, no te preocupes). Seguramente mañana, en la columna que estoy escribiendo sobre el Mundial de basket. "Soy Erasmus, pero no me gusta el te, prefiero el café". Sencillamente acojonante. Un beso. Toño
ResponderEliminarPues Toño, si te digo la verdad, fue mucho peor en directo de lo que el texto refleja. Algún día te contaré cómo fue mi primer día en Leeds para que te rías más todavía.
ResponderEliminarjajaja que bueno Begoña, me encanto la historia!
ResponderEliminarUn besito desde Londres